Un mundo sin padre
- Rosy Villa
- 4 jun
- 7 Min. de lectura
Siempre me pregunto cómo serían las cosas si papá hubiera estado cerca. Ya se que “los hubiera no existen” pero igual me asalta la duda cuando pienso en estos temas y veo que somos un mundo sin padre.
Tras mi separación con el papá de mi hijo menor, y por mi sed emocional inicie una relación con un hombre un tanto agresivo y violento.
La mente sesga, no ve y repite lo conocido… Hasta cierto punto lo fue, sin embargo, el papá de mi hijo, “lo defendió”, tal cual puso un alto en el comportamiento agresivo hacia SU hijo. Es cierto que la historia estaba a punto de repetirse y en cierta medida ocurrió. Sin embargo, no del todo. Hubo un padre que cambió la historia.
Hay temas que duelen tanto, que generan tanta culpa y vergüenza, que preferimos no mirarlos. Uno de ellos es la ausencia del padre. Y no hablo solo del hombre que no estuvo físicamente, sino de una ausencia más profunda: la de una función que no se encarnó, que no supo sostener, guiar ni afirmar.
Esta ausencia, cuando la vemos con ojos sistémicos, no es un hecho aislado. Es una herida transgeneracional, una marca que se hereda, se repite y se amplifica en el silencio de toda la familia.
Vivimos en una época donde esta carencia se ha vuelto casi normal. Pero lo normal no siempre es lo sano. Y quizá, solo quizá, muchas de nuestras búsquedas, nuestras heridas, nuestras formas de amar y de fallar… tengan su raíz en ese padre que faltó.
Lloro mientras escribo, de pronto me vienen las ausencias de tantos padres, de tantos hijos, de tantas hijas, de tantos padres sin padre, de tantas madres sin padre, duele en el alma profundo este vacío.
Pensaba en él cuando avanzaba, me veía haciendo lo que amo y teniendo esta vida. Han sido grandes logros. A veces ese reconocimiento personal me hacía llorar, pero no de alegría. De vacío. Me hubiera gustado que mi papá lo supiera, que mi papá lo viera, saber que es que él esté orgulloso de mi.
Al reflexionar sobre ese dolor, entendí que mucho hacía desde esa ausencia, y desde ahí, mis logros no eran válidos ni suficientes para mi.
Creo que este testimonio resume una vivencia colectiva: crecer esperando una mirada que nunca llegó. Un “bien hecho”, un “yo te respaldo”, yo te defiendo, un “ tu puedes”.
La ausencia de papá pesa en lo visible y en lo invisible
Cuando miramos desde las constelaciones familiares, vemos que el padre representa el orden, la ley, el mundo exterior. Es quien nos autoriza a tomar nuestro lugar y salir al mundo. Si el padre no está, no estuvo, física o emocionalmente, lo que falta no es solo una persona, sino una base interna para sostenernos en la vida.
El vínculo con papá, cuando está sano, ofrece estructura, dirección, afirmación. Es quien dice: “puedes”, “te veo”, “confío en ti”. Sin eso, muchos crecemos sintiendo que no somos suficientes, que necesitamos demostrar todo el tiempo nuestro valor, o que no tenemos derecho a ocupar un lugar propio en el mundo.
Como se ve cuando falta esa base:
Crecemos con vacíos que buscamos llenar de muchas formas:
Relaciones dependientes o exigentes.
Dificultad para tomar decisiones o sostener proyectos.
Miedo al éxito o incapacidad de disfrutarlo.
Autoexigencia extrema o rebeldía sin causa.
Necesidad constante de validación externa.
Crecimos en cuerpos de adultos, pero con huellas infantiles:
El perfeccionismo como intento de merecer amor.
La dificultad para poner límites.
La sensación constante de estar “a la deriva”.
La búsqueda de figuras externas que nos validen: parejas, jefes, líderes.
El autosabotaje como forma inconsciente de castigo.
Te puedo decir que de estas tengo todas! El trabajo ha sido arduo y constante, muchas veces estoy exhausta del tema. Una vez escuche que a un padre lo buscas toda la vida.. Y si además tu padre fue dañino, violento, crítico o ausente emocionalmente la herida se agrava: no solo faltó el sostén, sino que hubo que sobrevivir a una figura que debía cuidar y no supo hacerlo.
Y lo más profundo: una sensación de no tener derecho a pertenecer, como si no hubiera un lugar legítimo para nosotros en el sistema familiar, ni en el mundo.
La herida transgeneracional del padre
Muchos padres también fueron hijos sin padre. El mío lo fue.
Muchos hombres cargan con mandatos contradictorios: “sé fuerte, pero no sientas”, “sé proveedor, pero no te ausentes”, “sé ejemplo, aunque nadie te haya enseñado cómo”.
Y así, de generación en generación, se transmite una herida que nadie elige, pero todos cargan.
Desde este enfoque, entendemos que muchas veces los hombres quedan excluidos emocional o simbólicamente del sistema familiar, y entonces sus hijos heredan ese vacío.
También nosotras, como madres, a veces contribuimos a excluir al padre de la vida de nuestros hijos. Muchas veces lo hacemos porque nosotras mismas crecimos sin una figura paterna, y desde esa herida perpetuamos el ciclo. Otras veces, desde el resentimiento o como castigo, les negamos a nuestros hijos el acceso a su padre, creyendo que así afectamos al hombre, sin ver que el verdadero daño se lo hacemos a ellos. Al hacerlo, además, les imponemos una lealtad que no les corresponde cargar.
Mi papá siempre buscó a su padre… finalmente para mi fue un padre que no pudo mirar… porque nadie lo miró. Un hombre que no supo estar… porque fue criado en la desconexión. No se trata de culpar pero tampoco de justificar. Se trata de comprender para poder liberar.
La ausencia también es colectiva
Un día mi padre se fue. El padre de muchos, muchísimos. Nadie supo exactamente cuándo. La madre tomó el timón. Todo siguió funcionando… pero algo en el aire cambió. Así nació una generación que caminaba débil, sin fuerza y sin rumbo.
(1)Estoy convencido de que una singular combinación de dinámicas sociales de las últimas 5 décadas ha producido una sociedad de hombres sin padres.
Como sociedad también hemos excluido lo masculino: Desconfiamos de la autoridad. Nos cuesta reconocer figuras de guía. Oscilamos entre autoritarismo y vacío.
Hemos reemplazado al padre por el rendimiento, el éxito o la evasión.
Y aunque muchas mujeres han sostenido con enorme fortaleza los sistemas familiares, el padre sigue faltando en muchos hogares, escuelas y espacios de contención.
“Una mujer simplemente es, pero un hombre debe llegar a ser . La masculinidad es arriesgada y esquiva. Se logra mediante la rebeldía contra la mujer, y solo la confirman otros hombres.” Camille Paglia
Considerando esta visión, un niño sin papa, no tiene forma completa de tomar su masculino.
Recuperar al padre: un acto de madurez
Desde la mirada de la vinculación, sanar esta ausencia no implica buscar un culpable, sino entender cómo desde muchos ámbitos la figura de papá ha sido disminuida, mermada o de plano neutralizada, y desde ahí asumir el lugar adulto en nuestra historia.
Dejar de reclamar lo que faltó y comenzar a crear dentro de nosotros lo que hoy sí podemos darnos: dirección, firmeza, pertenencia, sostén. Un “Yo Puedo”
No se trata de negar lo que dolió, no significa culpar eternamente ni resignarnos al vacío.
Se trata de tomarlo en nuestras manos con respeto, con conciencia, con compasión, hacernos cargo de esa parte interna que aún espera ser mirada, contenida, afirmada.
El padre interior es esa fuerza que hoy podemos cultivar:
Que pone límites sin violencia.
Que guía sin imponer.
Que sostiene sin desaparecer.
Que dice: “lo estás haciendo bien, sigue adelante”.
Da estructura sin rigidez.
Nos dice: “tienes derecho a estar, a tomar tu lugar, a crecer”.
Un trabajo personal y colectivo
Sanar la ausencia del padre es una tarea del alma, pero también del sistema.
Es reconocer que muchos hombres fueron excluidos, criticados o infantilizados… y que muchos hijos e hijas siguen pagando ese precio. Es hora de que lo masculino encuentre un nuevo lugar: presente, sano, claro, amoroso. Un lugar donde ser padre no signifique cargar, sino acompañar. Donde guiar no sea dominar, sino ofrecer dirección y también un lugar donde lo femenino pueda descansar… sin tener que hacerlo todo.
Este no es solo un trabajo individual. También es colectivo. Lo hacemos hombres y mujeres. Necesitamos recuperar la función paterna como una fuerza sana, tanto en lo personal, en nuestro corazón, como en nuestras comunidades, vínculos, organizaciones, etc. Honrar las carencias de los que vinieron antes, no solo de nuestro linaje masculino carente, también de nuestro linaje femenino, herido, abandonado y abusado para que haya permiso real de tomar a papá en todos sentidos y áreas de la vida.
Necesitamos hombres que sanen su relación con lo masculino. Mujeres que reconozcan su fuerza interna sin negar lo que dolió, pero sin avasallar y sin venganza. Hijos e hijas que dejen de buscar afuera lo que pueden empezar a construir dentro.
Lo pido, lo oro y lo sé posible!!
Quizá no tuvimos el padre que necesitábamos. Pero hoy, con conciencia, con coraje y con amor… podemos ser para nosotros y para otros esa presencia que sí cuida, que sí ve, que sí sostiene. Porque no nacimos solo para repetir lo que nos faltó. Nacimos para transformar lo que duele en camino.
Y para dar un paso más allá: honrar lo que sí recibimos, sanar lo que no, y caminar hacia adelante… más libres, más enteros, más presentes.
Gracias a cada padre, como sea, como es y cómo fue, estamos listos y conscientes para hacer nuestro trabajo.
Por los hombres que amé y no pudieron tomar a su padre,
por mis hijos, para que puedan hacer la diferencia,
por todas las mujeres que, desde el vacío de padre, luchan por su vida y anhelan un amor,
por este mundo sin padre, para que por fin lo encuentre, para que sane tanto dolor y se mitiguen las huellas de su ausencia…
Te tomo, papá… Te tomo tal como eres, con tu historia, tu destino y tu lugar.
Y desde este acto, algo nuevo puede comenzar para mi, para mis hijos y para el mundo entero.
Robert A. Glover: No more Mr. Nice Guy, 2003
Sexual Personae: Art and Decadence from Nefertiti to Emily Dickinson, 1990
https://ciencia.unam.mx/leer/1462/el-padre-ausente-en-la-dinamica-familiar
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